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Crítica de michislibris


michislibris
07 February 2024
El otro día me contaba mi amiga Olatz, en una de nuestras muchas (y siempre interesantes) conversaciones de cafetería, que su abuela le decía que seguía sintiendo que era la joven de dieciséis que un día fue, pero que cuando se miraba en el espejo la imagen que este le devolvía era la de una mujer de más de ochenta años. Que las arrugas de su piel y los dolores de su cuerpo no alcanzaban ese estado del ser para el que todavía no había pasado el tiempo. Mientras me lo decía, mirábamos a un grupo de chicas de no más de quince o dieciséis años sentadas a nuestro lado y nos impregnábamos de la euforia que suponen esas primeras quedadas con las amigas sin la supervisión paterna. ¿Dónde han quedado esos más de diez años que nos distancian de ellas? ¿Sentiremos algún día ―al igual que lo siente la abuela de Olatz― que la mujer que está al otro lado del espejo no es la de verdad?

“―La vejez es como un catarro. Un día empiezas a estornudar y no sabes bien cómo has podido cogerlo.”

A través de la convivencia con su abuela, Júlia Peró crea esta novela en la que se pone en el lugar de la desconocida del reflejo ―la vejez― que, tarde o temprano, nos alcanza a todas, al igual que también alcanza a Olvido, la protagonista de esta historia. Con ella nos preguntamos qué queda de nosotras cuando nos hacemos viejas, cuando nos volvemos inútiles para la sociedad, cuando nos quedamos huérfanas ―porque todas las personas a nuestro alrededor han muerto―, y sin embargo no se nos considera como tales. Me enfrento a la historia del Olvido desde una cómoda juventud para la que la vejez es todavía futuro, un futuro condicional al que todas ansiamos llegar, pero que al mismo tiempo nos da mucho miedo.

“Soy una masa rugosa y voluptuosa que anda despacio. Antes intentaba enderezar la piel, tersarla hasta hacerme daño o hasta agotar el dinero del cajón del tocador. Cremas y potingues y masajes en vano. La vejez me amedrentaba, pero ya no. Ahora me conformo con poder dar vueltas por el saloncito”.

Hacerse mayor es ver cómo todos los interlocutores con los que un día contaste van desapareciendo, y sentir cómo su voz se va perdiendo junto al resto de recuerdos. Hasta que al final lo único que te queda es la compañía de una chica desconocida que te limpia ―a ti y a la casa― y la pesadez de tu propia conciencia que no calla, erre que erre, mientras tú intentas no salirte de las líneas con los lápices de colores porque, según te han dicho, pintar estimula la memoria y, por lo tanto, previene el olvido. Y es que, a través de Olvido ―el personaje― la autora nos hace enfrentarnos a esos momentos inevitables de nuestra vida que (al menos desde la juventud) tanto nos aterran.

Y cómo no nos van a dar miedo, si siempre nos han enseñado que las viejas solo valen para estar en residencias o para las películas de terror. Recordemos esa escena en ‘La visita' con la abuela desnuda golpeando la puerta de sus nietos, como si la flacidez y las arrugas del cuerpo fuesen un motivo adicional para provocar el susto. Pero no en esta novela, porque la autora desvincula el cuerpo anciano del miedo y lo sitúa sobre el deseo, el otro gran inexplorado de la vejez.

Y es aquí, quizá, donde radica la gran virtud de esta maravillosa (primera) novela que ha escrito Peró. No solo en la belleza de su estilo, sino en la valentía para poner sobre palabras aquello de lo que no se habla. Aquello que hará que, algún día, nos pongamos frente a ese espejo y la vejez no nos pille desprevenidas.
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