Eternamente tuya de Álvaro Bermejo
—A los muertos no les gusta el espino, señor Connolly, prefieren el muérdago. Al volverme, me encontré con una mujer cubierta con una larga capa de paño blanco, montada en un caballo del mismo color. Era ella. La mujer que había descrito Alistair Brennan y McDuff, la dama del antifaz que ejercía sus rituales en la capilla de San Mungo, aquella a la que atribuían todas las muertes misteriosas (…). —… El espino se hunde en las heridas de su corazón, lo clava a la tumba. El muérdago, por el contrario, es la rama de luz que guía sus pasos por el inframundo. |