Flores en la tormenta de Laura Kinsale
Era el Diablo, sonreía con suavidad, con dulzura, con una calidez que jamás había imaginado cuando en las plegarias cotidianas rogaba a Dios que salvaguardar a su alma y mantuviera su espíritu en gracia. Ni una sola vez se le había pasado por la imaginación que Satán le acariciaba el pelo y desprendiese un aroma terrenal y cálido... que no hablará ni murmurar entre dientes promesas demoníacas en sus oídos. En ningún momento había pensado que no le iba a resultar feo ni corrupto, y jamás se le había ocurrido que la virtuosa Arquimedea Timms tuviese problema alguno en dejarlo en ridículo.
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