El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza
[...] Y rotulamos las cajas con su nombre en letras mayúsculas. Como si se nos fuera a olvidar.
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Calificación promedio: 5 (sobre 46 calificaciones)
/UN NIÑO DE NUEVE AÑOS UN VIAJE IMPOSIBLE UNAS MEMORIAS INOLVIDABLES «Javier Zamora ha escrito una obra fundamental para entender la tragedia en la que se ha convertido la migración en nuestros tiempos». Cristina Rivera Garza «Leí Solito con el corazón en un puño y rompí a llorar al terminarlo. Cuánta humanidad, qué escritor y menudo libro. Una obra maestra». Emma Straub #JavierZamora #Solito Ficha de «Solito»:https://www.penguinlibros.com/es/libro-de-biografias/337385-libro-solito-9788439738107 ---- Suscríbete a nuestro canal de YouTube: https://www.youtube.com/penguinlibros/subscribe/ Las mejores historias están en https://www.penguinlibros.com/ ---- En penguinlibros.com puedes encontrar el catálogo de todos los sellos de Penguin Random House Grupo Editorial, así como primeros capítulos, entrevistas, portadas y audiolibros. SÍGUENOS EN NUESTRAS REDES YouTube: https://www.youtube.com/penguinlibros/ TikTok: https://www.tiktok.com/@penguinlibros Facebook: https://www.facebook.com/penguinlibros/ Instagram: https://www.instagram.com/penguinlibros/ Twitter: https://www.twitter.com/penguinlibros/ Web: https://www.penguinlibros.com/
El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza
[...] Y rotulamos las cajas con su nombre en letras mayúsculas. Como si se nos fuera a olvidar.
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Me llamo cuerpo que no está. Poesía completa de Cristina Rivera Garza
Escribo se esfume retengo Estoy parecen tiene es Estoy se parece serlo es cruza está tiene Voy caminando Estoy hablando me encuentro hay creo recordar llegar a saber Estoy pasa desaparecen preocupa estén estoy corriendo estoy me doy cuenta están corriendo vamos he tenido haber estado andando me duelen las siento Sigo corriendo estamos Me suena no lo conozco |
Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza
—¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de locos? —le había preguntado. Joaquín, desacostumbrado a oír la voz de los sujetos que fotografiaba, pensó que se trataba del murmullo de su propia conciencia. Ahí, frente a él, sentada sobre el banquillo de los locos, vistiendo un uniforme azul, la mujer que debería de haber estado inmóvil y asustada, con los ojos perdidos y una hilerilla de baba cayendo por la comisura de los labios, se comportaba en cambio con la socarronería y altivez de una señorita de alcurnia posando para su primera tarjeta de visita. Él había hecho tantas después de todo, cientos de ellas. Antes de llegar a las cárceles y, después, al manicomio, ya era un profesional de la fotografía.
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Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza
El fotógrafo pudo haberle respondido lo que siempre se decía a sí mismo: la maldita morfina. O lo que nunca se decía a sí mismo pero que hoy, este 26 de julio a las tres treinta de la tarde, le llegó de repente a su cabeza: Roma, la imposibilidad de la luz romana. Por algunos instantes, todavía incapaz de creer que una loca le preguntara aquello, estuvo tentado a contarle el milagro de sus tres años en Italia. 1897. El ejercicio voraz de la fotografía. Roma fija para siempre en papeles albuminados, placas de plata sobre gelatina. Roma, hiriendo sus retinas de veintiséis años. Tres veranos muy largos. Un paisaje de lomas, nubes, ríos. Una mujer: Alberta. Roma que había partido su vida en dos: antes y después. Antes Alberta, y después la morfina.
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El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza
¿Se puede ser feliz mientras se vive en duelo? La pregunta, que no es nueva, surge una y otra vez durante esa eternidad que es el quebranto. Se habla mucho de la culpa, pero no lo suficiente de la vergüenza. La culpa del sobreviviente puede atraer una sospecha acaso saludable, un titubeo incluso razonable acerca del placer, del gusto, de la compañía. La vergüenza es una puerta cerrada a piedra y lodo. Pocas actividades requieren más energía, tanta atención al más mínimo detalle, como odiarse a sí mismo.
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Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza
Su presencia lo conmovía. La ligereza de sus modales perfectos. Sus gafas de aro volado tras los cuales sus ojos cafés estaban alertas. La manera en que arqueaba las cejas en un pasaje especialmente difícil de ejecutar. Su concentración en sí misma. Su convicción. Joaquín no la esperaba. Apareció sin aviso y de igual manera desapareció. Las noches de verano y luego las de invierno se llenaron de su ausencia. Dentro, en una selva antes desconocida y todavía sin explorar, creció la nostalgia.
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El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza
Invisible pero patente de muchas formas, la presencia de los muertos nos acompaña en los minúsculos intersticios de los días. Por sobre el hombro, a un lado de la voz, en el eco de cada paso. Arriba de las ventanas, en el filo del horizonte, entre las sombras de los árboles. Siempre están allá y siempre están aquí, con y adentro de nosotros y afuera, envolviéndonos con su calidez, protegiéndonos de la intemperie. Éste es el trabajo del duelo: reconocer su presencia, decirle que sí a su presencia. Siempre hay otros ojos viendo lo que veo e imaginar ese otro ángulo, imaginar lo que unos sentidos que no son los míos podrían apreciar a través de mis sentidos es, bien mirado, una definición puntual del amor.
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El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza
Yo no quiero para mí ni para ti, ni para nadie, un final así; porque la destrucción y el desencanto no son un romanticismo ardiente sino un romanticismo asesino. Porque estamos aquí, sí, llenas de talentos, no para alimentar la maestría vampírica de otros, ni para caer ciegas en el abismo de la locura, ni para cargar una piedra como San Jerónimo. Estamos aquí con el peso encantado de la existencia y la ligereza, la ligereza plácida del sueño, porque tenemos muchas cosas por decir, hacer, pensar, repensar, recrear; porque nuestro punto de vista es nuevo para una historia que lo ha negado, usurpado, ciento de millones de veces; porque tenemos que decir: ¡Ya basta!
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El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza
Las víctimas se quedan porque saben que cualquier movimiento súbito va a provocar al oso. Se quedan porque con el tiempo han podido desarrollar algunas herramientas capaces de calmar, a veces con éxito, a la presa furiosa: ruegan, suplican, prometen, adulan, demuestran públicamente su afecto por el depredador y su alianza con la gente que, como la policía o los licenciados o los amigos o la familia, podría salvar sus vidas. Las mujeres se quedan porque ven que el oso se aproxima. Y quieren vivir.
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El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza
“A gran parte de los feminicidios que se cometieron antes de esa fecha se les llamó crímenes de pasión. Se le llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿para qué se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó debió de haber hecho algo para acabar de esta forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía”
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¿Con qué frase empieza esta novela?