En la penumbra de cuaresma de Carmen Gómez Ojea
Por eso me despertaba con los gallos, jurándome por las heridas de mis manos que, a pesar de los tramperos y sus sucias cantineras, ningún abigeo ni ladrón desvergonzado me pondrían un cinturón de castidad ni un piso ni diademas de diamantes, ni me haría la primera dama de una conejera serrallo. |