Cantar de mio Cid de Anónimo
¡Ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada! De Castilla os vais para las gentes extrañas; Así es vuestra ventura, grandes son vuestras ganancias. |
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Cantar de mio Cid de Anónimo
¡Ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada! De Castilla os vais para las gentes extrañas; Así es vuestra ventura, grandes son vuestras ganancias. |
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Lazarillo de Tormes de Anónimo
No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con él viví, o, por mejor decir, morí.
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Lazarillo de Tormes de Anónimo
-¿Cómo, y olisteis la longaniza y no el poste? ¡Oled! ¡Oled! -le dije yo.
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Simbad el marino de Anónimo
Los países son verdaderas maravillas escondidas, que únicamente se revelan al audaz que llega hasta sus puertas y las abre.
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Hija de la Frontera de Anónimo
En las historias reales, cuando llegaba lo malo, de nada servía todo lo bueno. Cuando llegaban los malos tiempos, los buenos, los mejores, resultaban ser la mentira perfecta que nos habíamos contado a nosotros mismos. Para jugar a que fuimos felices alguna vez. Para creernos que merecía la pena vivir por algo.
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La pasión de Mademoiselle S. de Anónimo
Sentí contraerse toda tu carne bajo mi lengua, y cuando mi dedo entró más adentro, una crispación de placer me hizo comprender que el goce era inminente. Quise darte la ilusión de no ser ya una mujer, y me pegué a tus trémulas nalgas, estrechándote con el brazo que tenía libre, mientras con un dedo impaciente hurgaba en tu carne secreta. ¿Está ahí lo que quieres, lo que buscas? ¿Olvidas mi sexo? ¿Tan vicioso eres, amado querido, tan vicioso como para gozar al creerme un hombre? Tienes razón, amado, es una sensación extraña a de una posesión semejante, y no me disgustaría si fuera eso lo que secretamente piensas. Si puedo darte el mismo placer, mejor, y a mí me excita imaginar que te tomo. Gozo con frenesí cuando me siento sobre ti. ¿Qué quieres que encuentre para darte una mayor ilusión de realidad? ¿Existe alguna manera de suplir mis propios medios para hacerte gozar? Indícamela. Guíame. Te seguiré ciegamente.
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La pasión de Mademoiselle S. de Anónimo
Buceando en mi carne con tu lengua ávida, maltratando mis nalgas con tus dedos impacientes, fuiste tal y como te recordaba, allá en mi aislamiento. Eras tú de verdad otra vez, mi amante querido. ¿Fueron mis caricias lo bastante dulces? ¿Fueron las que deseabas en secreto, o te defraudé? Sin embargo, creí sentir en tu carne íntima un estremecimiento de placer, cuando mi lengua entraba muy muy suavemente en las nalgas que tú me ofrecías. Tu polla se endurecía, trémula, a medida que mi caricia se iba haciendo más ardiente. Y si te gusta la caricia perversa que te di, siempre sabré prodigártela con el mismo ardor. Des luego, fue exquisito sentir en mi culo ese miembro impresionante mientas se abatían sobre mí latigazos. Pero la próxima vez, si quieres, puesto que jamás has de poseerme de forma normal y corriente, probaremos por esa vía, imaginaremos posturas imprevistas. |
Gregorio Samsa es un ...