James y el melocotón gigante de Roald Dahl
Se quedó a oscuras con los ojos inmensamente abiertos, escuchando los extraños sonidos que hacían, en sueños, aquellas criaturas que le rodeaban, y preguntándose lo que le reservaría la mañana siguiente. Empezaban a gustarle mucho sus nuevos amigos. No eran tan terribles como parecían. En realidad, ni tan siquiera eran terribles. Parecían ser de lo más cariñoso y atento, a pesar de todos los gritos e insultos que se decían entre ellos.
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